Menorca
Esta pequeña isla balear situada al este es sin duda una joya natural que hay que preservar. Y hasta el momento parece que lo van consiguiendo, no encontramos en ella las burradas urbanísticas y hoteleras de Mallorca, y las calas que hemos visitado conservan su esencia, rodeadas de urbanizaciones pequeñas de casas bajas y tan solo algún hotel.
La visita comenzó en la ciudad de Mahón, con sus calles estrechas, edificios bien conservados, iglesias, arcos, accesos al puerto natural que domina su vida. Hay que dejarse llevar, pararse en los múltiples miradores, y si bajamos al puerto recordar que después hay que subir, aunque hay un ascensor que viene muy bien. En frente de la ciudad podemos observar la base naval, y la zona de barcos de carga y de pasajeros. Pero un poco hacía la bocana del puerto, hay unas cuantas calas, como las calas de la Rata y de la Llonga, que permiten a los habitantes de los chalets tener su barco casi a la puerta de sus casas.
Debajo de la ciudad y tras bajar por alguna de las rampas encontramos un largo paseo marítimo se extiende a lo largo de la ciudad, varios kilómetros, llenos de amarres con menorquinas, yates de recreo y grandes naves. En la acera opuesta bajo la población encontramos numerosos establecimientos de copas y de comida, el pescado triunfa,… pero los precios son elevados.
Lo mejor para ver la isla es reservar un coche, aunque ojo aparcarlo en Mahón es un gran problema, el hotel nos cobraba 18€ por día, así que buscamos una zona azul y allí lo dejábamos por la noche. Y cuidado al circular ayudado por el GPS, que siempre nos mete en zonas de circulación restringida. Las carreteras son buenas, aunque no haya autovías, y hemos de decir que observamos que los autobuses urbanos llegaban a todos sitios, así que también se pueden utilizar.
Con un día es suficiente para visitar Mahón, ahora nos toca ver Ciudadela, en el extremo occidental de la isla, también en torno a un puerto natural bastante más pequeño. He de decir que nos encantó, sus calles estrechas por las que perderse encierran edificios antiguos y monumentos diversos. Su gran plaza cercana al puerto, con un obelisco en el centro, rodeada de edificios significativos, teniendo el puerto a sus espaldas.
A la entrada al puerto dominando el mar y los accesos se encentra el castillo
Pero lo más bonito de la isla a parte de su gran vegetación son sin duda las calas, no son abundantes ni muy grandes, pero en ellas encontramos aguas turquesas y en calma que incitan al baño. No todas tienen su playa, hay algunas en las que han habilitado terrazas y escaleras para acceder al agua, como si fueran piscinas. La que más nos gustaron fueron Cala Galana, con su playa de arena blanca, Cala Blanca con sus terrazas y sus aguas cristalinas,
Nos faltaba alguna población del norte y elegimos Fornells, ya que nos recomendaron su caldereta de langosta. Allí encontramos de nuevo una cala un poco más grande, con su pequeña playa y un pequeño puerto natural de recreo. No había edificios, sino casas bajas, con calles muy cuidadas que desprendían un gran encanto.
Pasamos dos días intensos visitando esta isla maravillosa, y nos quedó mucho por ver, pero sobre todo por disfrutar, porque a lo que invita esta isla es a quedarse unos días en una de sus calas disfrutando de sus aguas.